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Archive for abril 2011

La tarde en la que acabó el mundo. XLSemanal – 18/4/2011

La tarde en la que acabó el mundo se besaron en la ventana, enlazados el uno con el otro. La luz declinaba afuera, apagándose poco a poco: todavía era rojiza y dorada en la distancia, tras los edificios que se recortaban en ella, mientras las primeras sombras oscurecían los ángulos de calles y edificios. Abajo no había pánico, ni carreras, ni gritos de desesperación. Una multitud serena caminaba despacio por la ciudad: parejas abrazadas, niños que iban de la mano de sus padres, ancianos parados un momento en las aceras, que miraban alrededor como quien busca identificar un rostro o un recuerdo. En los semáforos destellaban intermitentes las luces color ámbar, los coches se dejaban en la calle con las puertas abiertas, y algunos de sus propietarios ni siquiera apagaban el motor antes de alejarse lentamente, sin mirar atrás.

Las últimas tiendas se vaciaban, aunque nadie encendía los rótulos luminosos ni los escaparates. No había saqueos, ni disturbios; los policías caminaban en calma, despojándose indiferentes de sus armas y sus insignias. Los bomberos no tenían nada que hacer: estaban sentados en las escaleras de sus parques y en la puerta de los garajes, ociosos junto a sus camiones cromados y rojos, sonriendo a quienes los saludaban despidiéndose. Por toda la ciudad la gente se decía adiós igual que si fuera Navidad, estrechándose amable la mano o besándose en la cara. Casi todos sonreían serenos y melancólicos, como después de una cena o una fiesta agradable. En las aceras, inmóviles pese a no llevar correa ni estar atados, algunos perros aguardaban pacientes a sus amos, lamiendo las manos de los niños que, al pasar por su lado, los acariciaban.

El edificio estaba sin gente, desiertas las escaleras y vacíos los pisos. No había otro sonido que una música antigua, como de viejo gramófono, que sonaba en algún lugar cercano y llegaba a través de la ventana. En la habitación, el televisor estaba apagado. La luz decreciente oscurecía los lomos de los libros en sus estantes hasta hacer ilegibles las letras doradas de los títulos, y apagaba el rojo intenso del vino en las grandes copas de cristal que estaban sobre la mesa. Había un cuadro en la pared: un lienzo antiguo hecho de claroscuros, del que ya no podía verse otra cosa que trazos de sombras. Todo se oscurecía lentamente, y él propuso encender una luz; pero ella movió con infinita dulzura la cabeza y le puso dos dedos en los labios, como para rogarle que no pronunciase más palabras. De manera que permanecieron callados junto a la ventana, el uno junto al otro, haciéndose compañía en la última claridad del último día.

Se estaba bien allí, pensaron. Aguardando inmóviles y tranquilos mientras veían desvanecerse mansamente todo. Jamás, hasta esa tarde, imaginaron que pudiera ser así, en aquella inusitada paz desprovista de miedo o remordimientos. Alzaron la vista al mismo tiempo para mirar arriba, sobre la ciudad. En el cielo sin nubes ni viento, cuyo color cambiaba del rojizo nacarado a un azul cada vez más oscuro, más allá de la línea de edificios y tejados que se recortaba en el horizonte de la ciudad, se deshacía la estela de condensación del último avión que había cruzado el cielo del mundo. Cuando bajaron de nuevo los ojos, la calle estaba casi vacía. Entre la última gente que se decía adiós en las aceras vieron rostros que se parecían a los de seres queridos muertos mucho tiempo atrás. Y cuando la luz decreció más y la ciudad empezó a velarse definitivamente de sombras, todavía les fue posible distinguir al extremo de la calle, a lo lejos, la rueda del kiosco de feria que seguía dando vueltas silenciosas en el parque vacío, con un niño solitario subido a uno de los caballitos.

Él abrió la boca para decir una última palabra que lo resumiese todo, pero ella volvió a ponerle los dedos sobre los labios. Luego, estrechándose contra él, lo besó por última vez. Después se apartó un poco y volvió a mirar la calle casi desierta, los últimos transeúntes alejándose despacio por las aceras. Sonaba todavía, a través de la ventana, la música apagada del viejo gramófono. A lo lejos, en el parque, los caballitos de feria seguían dando vueltas en la penumbra, aunque el niño había desaparecido. Eso fue lo único que hizo que él sintiera, por un instante, un estremecimiento de melancolía, o de incertidumbre. Ella pareció advertirlo y se enlazó de nuevo a su cintura. Entonces él movió la cabeza, resignado, mientras sonreía a las sombras que ya lo anegaban todo. Luego le pasó a ella un brazo por los hombros, estrechándola contra sí. Y de ese modo, abrazados, muy quietos y serenos, vieron extinguirse la última luz.

Poema de A cidade sen roupa ao sol (de Marga do Val)

11/04/2011 6 comentarios

Eu son de Vigo

como a máquina de coser Refrey.

Dou voltas polo mundo.

Son o meu propio vagón de equipaxe.

O meu barco

Nacín coa lúa crecente e non había blues

non nacín en London

Vigo fita os rañaceos de Nova York

non falo inglés

a patria é a lingua.

 

POESIAS DE ULJANA WOLF (1979-)

sala de recuperación I
ah si sólo en recuperación quedara
puesta al gotero en sueños ida bajo blancas

sábanas junto a otros que tampoco se encontraran
unas cuantas ovejas cerca del sopor aún cerca de

dios y del consuelo ahí grandes bestias hermanas
pastoras nuestras inclinándose a nosotros aterciopeladas –

se nos presentaría mutuamente el cifrado del ser
humano: dime de uno a diez en una escala

¿cómo de grande es tu dolor? – y si no hubiera límite
alguno ante la vista que nos alumbrara

fuera de las profundidades al sonarnos los mocos del salir
de la anestesia – quedaríamos bien cerca de este

yo que apenas se distingue de otras ovejas
ufanas por la sala de recuperación

sala de recuperación II
ah si nunca en recuperación quedara
sorda encallada y fluctuante en blanca

barca junto a otras barcas amarradas –
que el puerto último es el húmedo

canal del sueño con hermanas negras que
igual a un tribunal penal se alzan en la orilla y te

amenazan con sus dedos-jeringa: gotero
demonio mi amor puede oírme usted

y no nada puedes oír sólo esta calma
en la esclusa de aguas limpiadoras sanitarias

que al gotear por el tubito te alimentan –
como bajo tu cama el mar que con acelerados

golpes te vuelve al sueño de estrella y mordaza
lejanas a la sala de recuperación.

a los perros de kreisau – Uljana Wolf
oh grupo berrendo de perros de pueblo: tramposos
los rabos muñones las patas tenaz berrear en la verja

vuestros son la calle el polvo el borde del asfalto
vuestra la reverberante noche en el valle durmiente

cada eco os pertenece: rebote contraído del
sonido en las colinas del jerárquico gruñido

ladrido en ondas: hercúleo primero anchuroso después
se desvanece y apenas ya lo sabe un pajarito

quien aquí no ladra ni babea a ese lo agarra la jauría
en la vorágine de fuego resonante y le confunde su lugar

clamad al cielo entonces medid el mundo reinad en lo hondo
entonces sobre todos los caminos y extranjeros sobre mí

vuestro es el rastro de mi brava andanza y al final
vuestras mis pantorrillas hacia fuera del pueblo

señorío del bosque
shakespeare tito andrónico
I

the woods are ruthless, dreadful, deaf, and dull
titus, act 2 scene 1

en el bosque en el bosque de musgosa luz caminos
morbosamente unidos conjurados

con engranajes subterráneos que ahí
llamábanse victoria honor gloria romanos

y dije ya en tinieblas dije espanto
la hora infame ahí de dos hermanos

llamados demetrio y quirón: antiromanos
hijos de tamora enanos malvados

de la historia sus antitéticos cojones godos
alzados a la caza – en el bosque en el bosque

ahí cursaron su venganza estampando
sus rabos un mensaje en el musgo

II

as from a conduit with three issuing spouts
titus, act 2 scene 4

no decir roma y corzo no decir dainty
doe decir cazar no coger flor desflorar arar

campo sembrar cuerpo combatir en cama no juzgar
escapar puramente en arte de agua: la

clavija ya sin habla de estratega el teñir de rojo
traidor tartamudeo roto bronco de alberca dispara

allí lavinia la leyenda que eres y no eres
oh cañería con tres salidas chorreantes habla

fúnebre aclara en la corriente la palabra al
suelo fúnebre saluda con blason y blabla de marea

ahora boca a ciegas de fontana después ciega
yo tu lector en las repeticiones tu hacedor

III
thou map of woe, that thus dost talk in signs

titus, act 3 scene 2

el padre habla: tú mapa de aflicción oh tú
la tres veces sangrante estremecida red de signos implicada

en señalar al escribiente cómo debo
desplegarte cómo leer hablar por ti. debo

otra cosa distinta a mi dolor – a ti te falta
la mano entonces dejo caer la mía

cortada y si supiera que un hombre cavó una tumba
en tu regazo (perdona sé que estamos ya en el

acto 4° escena 1ª) daría en vez de mano el culo
para el báculo del jefe de aarón así deben también

saquear a lo ilegible mis arrugas convulsiones
los cuerpos digo son las cabezas de mosca en roma

IV

faint-hearted boy, arise, and look upon her
titus, act 3 scene 1

leímos lo que vimos con ojos abiertos
y aparte de la retina brillante–

borde del bosque sucia franja espuma ante el párpado
no vieron el proceso no el del centro

tras la densa cortina que ramificada
te ahorró eso rico en signos tú escupe

en la pantalla: ilegible y tenaz punza el
programa con la raíz de tu lengua

cuerpo de hija magistralmente mutilado
ovidiano corte estriado te vimos

lavinia transmitida en vivo leímos y en todos
los ojos fuiste la escotoma estrella del horror

subsisters [jane]

V.O. 3 [jane]

con jane, que pudiera ser mi tía, alegrías y penas compartidas en el club. digo almáciga, jane colmena. por lo demás ninguna coincidencia. pero el jardín, el jardinero, el rojo candente del arce y del rosal de la casa: yo animo a jane a todo. en el fondo ella es, frente al sol declinante, siempre atractiva a la vista. su pañuelo en la cabeza trabaja para ella y en las gafas de sol, al despedirse, vuelan las casas de la calle de vuelta a sus miniados colores.

V.O.S. 3 [jane]

con jane aunaban mis tías sólo alegría. las penas se subdividían en colores almáciga y colmena. por lo demás, con jane mi acuerdo era el jardín donde ubicábamos al jardinero y el rojo de ascuas del arce y del rojal junto a la casa: jane tenía tal ánimo para enterrarlo todo sola. desde esa profundidad elevaba, con el sol declinante, la mirada, o lo que quedase ahí bajo el pañuelo en la cabeza. en los cristales ganaban terreno lentamente las calles con sus casas de miniatura.

el corrimiento de la boca

hacia las cuatro de la mañana
contemplo
el corrimiento de la boca

se cierra la casa
tras el último
bostezante golpe de viento
delgados labios como párpados

por contra abre su garganta
el cielo: un azul celeste
cerca del paladar
sobre oscuros y tensos
arcos de lengua de los bosques

desde la boca húmeda
se origina la lluvia un largo
constante aliento: como sobre
los cilios del durmiente
hablando para sí

 

Traducido por VLADIMIR GARCÍA MORALES